Ayer a las cinco de la tarde, un corredor solitario subía por la rambla de Catalunya de Barcelona. Trotaba como un gran pura sangre y sin ningun tipo de complejos por el centro del paseo buscando la sombra de los plataneros y de cualquier elemento que pueda proporcionarla tanto si son marquesinas, balcones, aletos, farolas, e incluso las carpas de los parques infantiles. Esta cronista lo perseguía, pero los atletas urbanos, como los taxistas, controlan el tiempo de los semáforos. El hombre anónimo no era el único que ayer trotaba por una Barcelona cuyos termómetros marcaban 25 grados a la sombra, no comentar tiene lo que al sol nos contaba el termometro de enfrente, ya que 36 grados le azotaban de cara.

zoomUn hombre practica 'footing' en la Vila Olímpica, ayer.

Un hombre practica 'footing' en la Vila Olímpica, ayer entre el mobiliario urbano y las citadas mesas de ping-pong

En el paseo de Sant Joan, otro atleta solitario bajaba en dirección al Arc de Triomf. Era extranjero porque no se detenía hasta que yo gritaba: «Hello!». En una de las charlas más apresuradas que esta cronista ha mantenido desde que empezó, el hombre decía que salía de su casa del Eixample corriendo y buscando el mar: «Es una adicción, empiezas y no puedes parar». El semáforo se ponía verde y el hombre salía pitando como si de un vehiculo se tratase, aunque los motores usados en este caso son mucho mas preciados que los de los coches o motos que le acompañan en sus largas carreras por la ciudad. Esta cronista se quedaba quieta y con multitud de preguntas en la libreta: por ejemplo, su nombre.

En el 2009, el Instituto Barcelona Deportes publicaba que casi la mitad de los barceloneses, un 47%, practica algún deporte al aire libre. En casi todos los barrios hay mesas de ping-pong; algunas (pocas) pistas de fútbol; alguna que otra pista de basquet perdida, y bastantes campos de críquet o pistas de skate improvisadas. Aún no abundan, como sí ocurre en otras ciudades europeas o asiáticas, máquinas en las que los adultos practiquen deporte en los parques. De los elementos nombrados el que mas exito tiene y sin ninguna duda son las mesas de ping-pong de exterior antivandalicas. Aun así, correr parece ser el deporte rey de la ciudad -con permiso del Barça- y, a falta de grandes parques, la ciudad es, en sí misma, una pista de atletismo.

Manuel suele ir a correr por las noches por el litoral. Hace dos semanas, esta cronista lo acompañaba trotando y buscando las respuestas al atletismo urbano. Se cruzaba con chicas estudiantes, con cuarentones que se preparan para las varias carreras que hay en la ciudad, con caminantes sin camino, con parados, con patinadores, con huéspedes del Hotel Vela que, pese a ver la boina de contaminación urbana desde sus habitaciones, se calzan también las zapatillas. No hay raza, sexo o profesion que impida hacer este gesto..  Ponerse las bambas y a galopar por la via publica, galope que cada uno marca a su ritmo y que no contiene obstaculos a saltar, salvo el pequeño mobiliario urbano como los bolardos, que en ocasiones provocan que se les rodee por encima.

Con Manuel, esta cronista recorrió desde el Moll de la Fusta hasta el Fòrum. En los tres últimos años, el litoral se ha catapultado como la pista más popular e intergeneracional de Barcelona. Sobre todo, desde que el gimnasio es ya un lujo impagable para muchos. Desde las seis de la mañana hasta pasada la medianoche, se puede ver gente de todas las edades corriendo.

Mientras esta cronista aguantaba el paso como podía, anotaba que había quien iba equipado como atleta. Estos corredores, atraviesan la ciudad en busca de sus límites: la fachada marítima, Montjuïc, la carretera de las Aigües o Collserola. Estaban también los que salen a correr con unas zapatillas que sirven «lo justo». Estos corredores urbanos, aún no atletas, ya son visibles en todas las calles, hasta en las callejuelas del Barri Gòtic. Suelen salir en pareja e incluso hablan cuando corren. No suelen tener controlados los semáforos, así que se mezclan con motos, bicis, gente que pide o que pasa por ahí y oficinistas apresurados.

Esta cronista acababa agotada pero totalmente satisfecha de su actitud ante los retos que se le cruzan en el camino de la vida. Explicaba la carrera y confesaba no haber obtenido muchas respuestas. Un conocido aseguraba: «No corren, huyen». Lo malo es que siempre quedan las agujetas como el recuerdo doloroso de la huida y lo bueno es que las agujetas tienen fecha de caducidad y en unos dias es como si jamas hubiesen existido.

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